Un hilo color arcoíris

“Me tomaste de la mano. Me prometiste una revolución. żCómo es que me olvidaste? żCómo?” La letra de este tema del grupo musical libanés Mashrou’ Leila resonó en un concierto en El Cairo una noche de septiembre de 2017. Lo terrible es que quizás actualmente esté más vigente que hace tres años.

Es probable que Sarah Hegazy, feminista queer que asistía al concierto, tuviera una fugaz sensación de libertad al ver a un popular grupo árabe con un líder abiertamente gay cantando ante una enorme audiencia en un país conservador, y se atrevió a hacer ondear la bandera arcoíris. Estos breves instantes de esperanza en que decidió celebrar sin reservas quién era, cambiaron su vida. Y tres años después, se la arrebataron. 

“A mis hermanos y hermanas: intenté redimirme y no lo logré, perdónenme. A mis amigos y amigas: el viaje fue duro y soy demasiado débil para resistirlo, perdónenme. Al mundo: fuiste muy cruel, pero te perdono.» 

Esta nota manuscrita que Sarah dejó al morir, el 14 de junio de 2020, habla de la injusticia y la discriminación que sufrió. Pero también de algo más profundo: las estructuras patriarcales y las actitudes violentas que siguen afectando cada día a las mujeres, a las mujeres queer y a otras personas LGBTI en todo el mundo. 

Una semana después del concierto, Sarah fue arrestada, junto con unas 30 personas más que habían asistido a él, y sometida a abusos sexuales, tortura y detención arbitraria durante tres meses por “pertenencia a un grupo ilegal” y “promoción de las ideas de este grupo”. El fiscal ordenó su detención durante 15 días hasta que se investigaran ambos cargos, que no hacían referencia al nombre del grupo, y renovó su detención cada quince días hasta que un juez ordenó que fuera puesta en libertad sin cargos el 2 de enero de 2018.

Sarah se vio obligada a exiliarse en Canadá poco después de obtener la libertad bajo fianza, pero siguió sufriendo trastorno de estrés postraumático. No es de extrañar que así fuera: Las personas que habían perpetrado violencia contra ella disfrutaban de total impunidad, mientras que ella seguía atormentada por las amenazas, la violencia y los abusos que había sufrido. Un año después de su arresto escribió desde Canadá un artículo sobre su depresión, su trastorno de estrés postraumático y sus intensos ataques de ansiedad y pánico, un artículo en el que explicaba que sentía un miedo y un aislamiento constantes y que no había podido volver a Egipto para despedir a su madre, que había fallecido mientras ella estaba en el exilio.

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